El Grimorio de la Verdad

Aunque os lo dijera no me creeríais.
Napoleón Bonaparte, Gran Pirámide de Keops, 1798.

* * *

No sé por dónde empezar, y agradezco a Dios —sí, a Dios, ya que he decidido aferrarme a Él— el hecho de que no me encuentro escribiendo esto desde un manicomio o una prisión federal, sino en la calma de mi habitación, con el cálido resplandor de la chimenea de mi hogar campestre. Sin embargo, esa nostálgica y apacible brasa es opacada por el fuego abrasador que consume mi corazón, dejándolo tan seco como una fruta deshidratada, víctima silente del sol implacable de Egipto.

Seré breve o, al menos, lo intentaré, ya que nunca imaginé que terminaría redactando esta misiva y, por ende, no me siento preparado para ello. Sin embargo, una serie de eventos me han impulsado a hacerlo, como una especie de catarsis. O, tal vez, lo haya hecho para cerrar el ciclo de mi supuesta «trayectoria literaria» que, a pesar de que la he revestido con románticos aires de erudición, no es, ni mucho menos, la opera magna por la que he tratado de hacerla pasar. No. El verdadero trabajo de mi vida comenzó hace cinco años y jamás ha sido concluido. Hoy, he experimentado el peso de esa traición, cometida por haber creído que podía «contemplar» aquellos emblemas, esculpidos por la mano de Alibeck el Egipcio. Tal fue mi arrogancia que ahora parece un castigo divino.

Yo sentía que todo había quedado atrás, pues me refugié en mis relatos para escapar de la realidad. Me aferré a una mentira. Es por eso que aprovecho mi estado actual de lucidez para exponer esto, tratando de evitar que, al despertar mañana, decida regresar a esa existencia pretenciosa, donde soy solo un escritor de buena presencia, sano, sin señales evidentes de locura, que se ha aferrado a un fingido olvido para escapar de todo aquello que le ha sucedido. En ese caso, volveré a ser una mera ilusión.

Todos saben que nunca he sido del todo normal, aunque no es mi intención victimizarme ahora, pues jamás he sido esa clase de persona. Mis inclinaciones hacia el esoterismo, en sus inicios superficiales, eran comunes en cualquier joven curioso con más tiempo libre que sentido común. Mi error fue sumergirme demasiado en esas profundidades, hasta estar atrapado en una maldad que no es primordial, sino reciente, muy reciente. Una maldad que se incrementa cada día, una maldad omnipresente, oculta en el corazón de cada ser humano y, de la cual, a día de hoy, no estoy exento. No obstante, no tengo intención de convertirme en maestro y predicar lo que es correcto o incorrecto; que cada uno viva como le plazca, como dirían: «Cada hombre y cada mujer es una estrella».

Permítanme un momento para procesar lo que ha sucedido. La sobreestimulación de mi mente me agota, pienso en exceso, y de alguna manera necesito soltarlo todo. No sé cuánto debo retroceder en el tiempo; tal vez deba comenzar por el final, por el día de hoy, justo cuando se desencadenó todo lo que, por un breve instante, me retornó a la eternidad, a esas lagunas de lo que fue mi pasado y lo que seré en algún futuro incierto.

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Estaba conversando con Miguel Ángel sobre los relatos de la revista, lo cual era bastante común, hasta que la conversación derivó hacia nuestros trabajos académicos. Le comenté lo ridículos que me parecían ciertos individuos que, en su obsesión por el morbo, al recibir uno de esos libros de ilustraciones grotescas y encuadernación en cuero, creen haber entrado en posesión de algún tipo de honorario mágico. En realidad, con frecuencia es infinitamente más práctico consultar los manuscritos conservados en las bibliotecas —generalmente de universidades de prestigio— donde la mayoría están digitalizados y son de fácil acceso. Y es que, lo que sucede es que estos pseudo-ocultistas compran tomos pretenciosos para alimentar su «hiperfantasía» de sentirse como si fueran el Paracelso del siglo XXI, pero con un código de barras en la portada… verdaderamente patético.

Yo fui uno de esos, aunque reconozco que es que algunos grimorios requieren una guía, notas o alguna forma de asistencia. En mi caso, utilicé una edición del Grimorium Verum de mi difunto maestro, aún en circulación, que incluye notas, apuntes y guías para el trabajo que él mismo realizó. Sí, es repugnante; un libro completamente satánico que, además, viene con anotaciones «para evitar errores», sin duda una ruin estrategia urdida con el único fin de que sus lectores no fallen a la hora de tirar por la ventana su ya de por sí frágil salud mental. No obstante, la gente sigue comprando esas ediciones y, si no es en tapa blanda, optan por la edición «deluxe», que suele incluir arte de ciertos ilustradores con un supuesto mérito y todas esas trivialidades.

Como he dicho, sirven para el practicante de magia que no comprende los grimorios y necesita una guía. Yo ya los entendía, aunque no era mi intención seguir por ese camino. Ahora mismo, era algo meramente académico. Descargué una copia digitalizada de la versión francesa del Grimorium Verum, cortesía de Joseph H. Peterson. No había guías ni nada para los rituales, solo notas respecto a los símbolos, que eran exactamente los del manuscrito, sin alteraciones, sólo añadiendo aclaraciones sobre ciertos iconos que se veían borrosos o matizando frases incompletas. Peterson es un académico, no un ocultista, lo cual se notaba al compararlo con la edición de mi maestro, cuyas notas se referían a asuntos más carnales que rayaban lo grotesco y lo morboso.

Al contemplar aquellos abyectos sellos en la versión digitalizada del manuscrito en francés, con los colores originales con los cuales fueron trazados, así como los pequeños detalles y asimetrías ocasionados por el pulso de su autor, comencé a sentir un extraño mareo y mi visión se distorsionó sin causa aparente. En aquel momento, opté por atribuirlo a las experiencias en la secta y traté de pensar que era una reacción normal, por lo que lo dejé de lado y mi día continuó.

Estaba a punto de almorzar cuando recibí la visita de mis padres. No tengo nada en contra de ellos; al contrario, estaban felices por mi progreso y reinserción, cómo había manejado con calma y madurez el asunto de haber pertenecido a una secta y haber podido salir de allí. Es cierto que les oculté muchas cosas, con lo que es posible que sea esa mi mayor transgresión. Pero, en definitiva, ellos ahora me miraban y veían a un joven que, finalmente, se había graduado, ¡veían un chico mentalmente estable!

Pero no podían ni imaginarse lo que yo había visto a lo largo de estos cinco años, mientras era miembro de un culto y practicaba ritos execrables en esta misma casa, en esta misma habitación, derramando sangre y otros fluidos. No sé cómo, a pesar de todo, era capaz de dormir con mi conciencia tranquila. Era una verdadera aberración, ¡yo! ¡Yo lo era!

Cuando mis padres llegaron, todo parecía normal, hasta que comenzó una discusión, una discusión típica de cualquier familia. Sin embargo, las condiciones en las que se dio… el hecho de que hubiera vuelto a vislumbrar los símbolos del Grimorium Verum, y que ese mismo día había subido la persiana de mi habitación para dejar entrar el sol… había perdido esa costumbre, pero no podía ser una coincidencia, ¡no! Lo había hecho una vez, antes, la última vez que algo similar ocurrió. Y, ahora, sumado a lo demás, no podía ser sino un presagio de lo que seguiría.

Desearía poder ofrecerles una buena historia, pero solo puedo decirles la verdad. No recuerdo qué lo detonó, pero comencé a asimilar todo lo que había pasado durante estos cinco meses… ¡sí! ¡Los cinco meses en los que intenté reinsertarme! Había ganado cierta relevancia en los círculos literarios de la ficción extraña, y me obligué a mí mismo a dedicarme a escribir relatos y a leer. La ficción lovecraftiana fue un desahogo en ese tiempo. Leía y escribía a diario, tras haber vendido los libros de ocultismo que tanto me costó traer de Europa, ¡casi un centenar de ellos! Fue tras renunciar a mi peculiar obsesión con los libros en inglés, ocasionada por la estúpida creencia inculcada en Thelema de que este era un idioma sagrado. El dinero que obtuve al deshacerme de aquellos textos inefables me sirvió para comprar libros y publicaciones de ficción extraña, desarrollando un interés por el tema que le llevaría a establecer vínculos con editores de revistas como Don Leopoldo Teja, de la Universidad Gustavo Adolfo Bécquer de Madrid, para quien terminé escribiendo mis propias fantasías, en las cuales, quizás, había demasiado de real.

Como decía, estaba asimilando todo eso en mi mente, estos cinco meses, la literatura, mi graduación. Y, de repente, sin darme cuenta, me encontré caminando de manera grotesca, como un chivo en dos patas, con la espalda doblada de forma incomprensible y dando vueltas por la habitación, mientras murmuraba palabras en voz baja, los ecos de mi conciencia perturbada. No recuerdo lo que sucedía; había muchos gritos, pero las palabras de mi madre finalmente me alcanzaron y tomé la determinación de luchar contra los pensamientos intrusivos y el caos que se adueñaba de mi mente. Pero era demasiado difícil.

Apenas podía caminar, apenas podía sostenerme. Intentaba abrir la puerta que llevaba al patio, no entendía por qué, ¡ni siquiera recuerdo qué quería hacer! Solo sé que me sujetaban. Mi cuerpo parecía tan pesado que, al caer al suelo, me quedé tendido, recitando letanías que, en el pasado, usaba como protección y que me fueron enseñadas en el culto:

ASTRACHIOS. ASAC. ASACRA BEDRIMULAEL. SILAT. ARABONAS. IEHRALEM. IDEODOC. ARCHARZEL. ZOPHIEL. BLAUTEL. BARACATA. ADONAI. ELOHIM. EMAGRO. ABRAGATEH. SAMOEL. GEBURAHEL. CADATO. ERA. ELOHI. ACHSA. EBMISHA. IMACHADAL. DANIEL. DAMA. ELAMOS. IZACHEL. BAEL. SCIRLIN. GENIUM DOMOS!

O mighty spirit Scirlin grant me your grace I beseech to you so what I conceive in my mind, I may accomplish in my work. Through the names of Nuit! Hadit! And Ra-Hoor-Khuit! So, mote it be! To me! To me!1

Esto fue suficiente para sentir que los demonios a los que había rendido culto y con los que había sellado pactos y votos, vendrían en mi auxilio, proporcionándome fuerzas sobrenaturales. Me arrastré por la casa como una serpiente vil, moviéndome con dificultad. Solo podía usar una pierna; la otra permanecía rígida y extendida, convirtiéndose en una carga insoportable. Al llegar a las escaleras, el simple hecho de contemplar su cima desde el suelo me hizo sentir que mi vitalidad se desvanecía. No oía nada, tan solo un ensordecedor zumbido. ¡Agh! ¡Mis tímpanos iban a estallar! Hice un último esfuerzo, miré en lo profundo de mi ser y me dije que no debía dejarme engañar, que esto era solo una recaída pasajera, que debía llegar a mi habitación, acostarme y dormir. Cada escalón fue un tormento, mi cuerpo pesaba como si fuera una losa. Cuando alcancé la cama y antes de conciliar el sueño, pude ver a mi madre entrando en mi habitación, con el rostro lleno de lágrimas. No podía entender sus palabras, solo llegaba a mí el persistente pitido. Se lo dije, le insistí en que no podía oír nada. Se lo repetí tres veces antes de que se marchara. Con el pitido aún en mis oídos, acabé por caer dormido.

* * *

Recuerdo que, entre sueños, despertaba y volvía a dormir mientras el día avanzaba con su impasibilidad característica. En cierto momento tuve una extraña visión en la que despertaba con las manos rasgadas, frente a un árbol de nogal, habiendo adoptado una postura que sugería que estaba estrangulando algo. No sé cuánto tiempo estuve atrapado en ese trance onírico, donde veía cómo el fruto de mi conciencia se doblegaba ante mi propia hipocresía, profiriendo nombres malditos que emergían de mi estómago en la forma más perversa. Finalmente logré reaccionar y desperté realmente.

No ocurrió nada alarmante; no fue como en otras ocasiones. Pensé que encontraría mi habitación hecha un caos, con objetos esparcidos y todo destruido, pero no fue así. Solo fue una recaída. Descendí para cenar y, sorprendentemente, ni mi padre ni mi madre mencionaron el incidente. Creo que optaron por ignorar lo sucedido, como una forma de negación. Subí a mi habitación en silencio, mientras observaba la desilusión en sus rostros envejecidos.

Ahora, con el peso en mi alma, debo confesar la verdadera razón por la que estoy escribiendo esto, y ¡no quiero que me juzguen por ello! ¡No quiero! Entiendan por qué lo hago, ¡hasta el más obtuso puede comprender el motivo! Hoy, tal vez no fue un evento grave, pero si hubo violencia, ¿qué me asegura que en el futuro no se repetirá? Sí, estoy bien ahora, solo fue una recaída, pero no hay garantía de que algo, por insignificante que sea, no despierte esa maldad latente en mí, una maldad que creí haber expulsado y que se manifestó con horror frente a mi familia anteriormente.

He llegado a entender que, si viéramos el mundo desde la perspectiva divina, si Adán y Eva no hubieran comido del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, el Tiempo, esa maldita ilusión, no existiría. Tampoco tendríamos nuestra tan sobrevalorada capacidad de razonar, que nos lleva a construir conceptos para explicar fenómenos que solo existen debido a la ilusión del Tiempo. Veríamos el mundo tal como lo ve Dios: pasado, presente y futuro simultáneamente.

Ahora mismo estoy escribiendo esto, mientras, quizás, el sistema solar se extingue, pero todo retorna y existe simultáneamente, es infinito, ¡infinito en el verdadero sentido de la palabra! Es algo así como la corriente alterna. Aun así, lo que me perturba es que, haga lo que haga para evitarlo, ya ha ocurrido y hay poco que pueda hacer. Soy una aberración que no debería existir entre los humanos. Espero, si muero, regresar al Hades guiado por Hécate, con Caronte como mi barquero, y recibir el puesto que merezco en el Inframundo después de haber practicado la goetia y tomado los votos en nombre de la Magna Mater y los dioses de Anatolia. Una vez que Caronte se detenga, veré a mi maestro, quien estará allí, y juntos iremos al Tártaro, para disfrutar de los tormentos a los que titanes, monstruos y humanos están sometidos. Somos goêtes; nos hemos ganado este lugar. Tántalo, ese maldito, estará allí, me reconocerá y podré aplastar su mano tal como él hizo con la mía cuando tenía apenas trece años y recibí mi iniciación.

Mientras escribo esto, mi visión se distorsiona; ¡ES EL CALOR DE LAS MONTAÑAS DE ANATOLIA! Los telquines, los dáctilos, aguardan mi llegada, ¡sí, sí! Ellos saben que voy… no puedo perder más tiempo… aún conservo mi copia del Grimorium Verum con mis propios garabatos. ¡ALABADO SEA SCIRLIN Y SU FAMILIA DE ESPÍRITUS! ¡IÄ MATER KHTHONIA! ¡OSCUROS Y SELECTOS! ¡IÄ KYBELE! ¡IÄ MAGNA MATER!

Haz tu voluntad, será el todo de la Ley.
Amor es la Ley, amor bajo la Voluntad.

* * *

Esta narración fue tomada de la nota de suicidio de un escritor que gozó de una cierta relevancia en los círculos de ficción bizarra durante últimos años, llegando a ser colaborador habitual de la revista sensacionalista Shangri-La 93. La nota fue enviada en un sobre sellado con una estrella de siete puntas de tonalidad plateada, dirigido al editor y amigo del difunto, Don Leopoldo Teja.

Por consideración a la memoria del fallecido, respetado escritor, devoto ocultista y amante del misterio, Leopoldo, a pesar de los riesgos implícitos que traía consigo la publicación de semejante material, optó por compartirlo, intuyendo que era lo que el difunto hubiera deseado, a modo de de homenaje al finado, como si de una obra póstuma suya se tratase. Al fin y al cabo, era bien sabido que este halló en la ficción bizarra y en las revistas de bajo coste un breve alivio a las tensiones que experimentó durante su tiempo en Inglaterra.

Adicionalmente, Leopoldo Teja informó de inmediato a las autoridades lo sucedido, facilitando la realización de las pertinentes investigaciones. Si bien se confirmó el suicidio, los pormenores adicionales se reservan por deferencia al difunto.

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